¿De qué me sirven los camiones rosas si mi parada de transporte público no tiene luminaria cerca? ¿Para qué pintar la mitad de los asientos dentro del camión de color rosa, si al bajarme en la parada hay múltiples puntos ciegos gracias al puente antipeatonal que se roba la banqueta? A pesar de los avances obtenidos, las experiencias urbanas de millones de mujeres mexicanas siguen marcadas por la hostilidad de los espacios públicos plagados de violencia machista.
Por: Diana Infante-Vargas. @holasoydianamx
Son las seis de la mañana. Esperas debajo de un anuncio metálico -amarrado de un poste- una promesa de transporte público que se deshace sobre una banqueta de tierra sin bancas para sentarse. Ves cómo se acerca la ruta que te llevará al trabajo. Viene hasta la madre, pero ni modo, abordas y navegas entre el espacio disminuido que se forma en el pasillo; a tu alrededor no se ven asientos vacíos. No es como que pudieras esperar al siguiente camión; no puedes llegar tarde, no tienes idea de cuánto tardaría en pasar el siguiente. Te resignas y recuerdas alejarte de los cabrones mano larga que siempre quieren pasarse de listos arrimándote sus genitales mientras se hacen pendejos y voltean a las ventanas con la mirada perdida, como si nada pasara. Esto es solamente la primera combi del día.
De noche regresa el estrés y la tensión en el cuello por tener que regresar a casa en transporte público. Caminas a la parada con las llaves entre los dedos, por si acaso. Apresuras el paso porque sabes que estás en una zona desolada y casi no hay luces, pero incluso al llegar a la parada tus sentimientos de vulnerabilidad no se van. Al subir a la combi escoges estratégicamente tu asiento, lejos de algún hombre y evitando los asientos en ventana; tiene que ser alguno que dé al pasillo. Evitas la parte trasera de la combi porque ves que ahí va un grupo de hombres envalentonándose entre sí: que no existe el pacto patriarcal, dicen, pero uno de ellos te grita ‘mamacita’ y te chifla, y los demás le aplauden el chistecito. Un ejercicio de poder que disfrazan entre risas.
Ya cerca de tu destino, y a sabiendas de que no es parada oficial, le pides al conductor que te baje en la siguiente esquina porque esperar hasta la parada significa caminar más —caminar de noche, sola, con miedo, con hartazgo. El conductor te regaña y te dice que ahí no es parada oficial, pero aun así se detiene y te deja bajar —como si no supieras tú que no es parada oficial, como si fuera una petición ingenua o egoísta, y no de autopreservación, hombres necios… Revisas que no te sigan y caminas con el mismo paso veloz con dirección a casa, las llaves en los nudillos hasta entrar en tu lugar seguro. Ahora sí te das tiempo de avisar a tus amigas que llegaste bien. Ahora sí, puedes relajar tu cuerpo.
Situaciones como esta, o incluso peores, suceden a diario en todas las ciudades mexicanas al movernos en los sistemas de transporte público. En Saltillo, 95 % de las usuarias de camión han sido acosadas o agredidas sexualmente, y estas situaciones moldean la manera en la que las mujeres exploran la ciudad, las oportunidades a las que tienen acceso, y su calidad de vida en general. En los últimos diez años, la lucha por los derechos peatonales en México ha tenido pasos considerables —desde el reconocimiento del derecho a la movilidad a través de la Ley General de Movilidad y Seguridad Vial, el diseño e implementación de proyectos de calles completas en zonas metropolitanas donde previamente predominaba el automóvil particular, hasta la campaña #AdiósPuentesAntiPeatonales que ha logrado derribar barreras físicas significativas y que contribuye a desmantelar mitos sobre movilidad peatonal. A pesar de los avances obtenidos, las experiencias urbanas de millones de mujeres mexicanas siguen marcadas por la hostilidad de los espacios públicos plagados de violencia machista; al caminar por la ciudad en la cotidianidad todavía se siente el desafío del estatus quo por demandar banquetas accesibles, espacios públicos libres de violencia, o transporte público digno, seguro, y eficiente.
Pero hablar de sistemas de transporte con perspectiva de género no se reduce a camiones rosas o vagones exclusivos que funcionen como ‘burbujas de seguridad’. Se trata de planear e implementar sistemas de movilidad que nos permitan navegar entornos urbanos libres de miedo, sin tener el cuerpo en constante estado de lucha o huida. ¿De qué me sirven los camiones rosas si mi parada de transporte público no tiene luminaria cerca? ¿Para qué pintar la mitad de los asientos dentro del camión de color rosa si al bajarme en la parada hay múltiples puntos ciegos gracias al puente antipeatonal que se roba la banqueta?
Para poder planear sistemas de transporte público con perspectiva de género se necesita un profundo entendimiento de las experiencias que tienen las mujeres, niñas y adultas mayores al moverse por su ciudad. Se necesitan incorporar sus vivencias y sentipensares en el quehacer de la política pública y en el rediseño de ciudades para evitar medidas paternalistas y proteccionistas que buscan crear falsas ‘burbujas de seguridad’. Se necesitan políticas públicas co-construidas, que busquen desmantelar las configuraciones urbanas que vulneran a las mujeres en su día a día.
Cuando pensamos en infraestructura para transporte público pensamos en sistemas de transporte masivo que son complejos y articulados, olvidando que la infraestructura más esencial y primordial siempre serán las banquetas. El reconocimiento del derecho a una movilidad peatonal segura y cómoda es clave para asegurar el acceso a sistemas de transporte dignos, eficientes y sostenibles. Sin banquetas dignas, ¿cómo llegamos a la estación, a la parada de autobús, a la cicloestación? La lucha por ciudades cuidadoras, sustentables, y con perspectiva de género, empieza a nivel banqueta.
* Diana Infante-Vargas (@holasoydianamx) originaria de Saltillo, actualmente realiza el programa de Doctorado en Desarrollo Global Interdisciplinario en la Universidad de York en Reino Unido. Es autora del libro “Acosadores a bordo: Un estudio sobre la violencia de género en el transporte público de Saltillo” (2021). Colabora con Ruedas Rebeldes (@ruedasrebeldes) Periodismo en Bicicleta, como columnista en la sección Historias Banqueteras.