Derecho a un ambiente libre de ruido

El 80 % de las personas que habitamos las ciudades nos encontramos expuestos a niveles muy superiores a los recomendados. El impacto que tiene en la salud es, la mayoría de las veces inadvertido, pero acumulativo.

Por: Jimena de Gortari Ludlow. @jimenadegortari 

El ritmo de vida actual está haciendo que cada día seamos más insensibles a la información que recibimos a través del oído: cláxones, rechinar de llantas, perifoneo, freno y arranque de motores y otros son algunos de las fuentes acústicas que acompañan los trayectos de quienes caminamos en la ciudad. Buscarse defender de lo que significa y el cómo violenta al cuerpo en movimiento este tipo de sonidos resulta imposible en muchas zonas de la ciudad.

Los peatones no cuentan con ningún ambiente libre de ruido, porque tanto sus pasos como sus voces -o, en su caso, algún grito pidiendo ayuda- se ven apagados, enmascarados en términos acústicos, por el continuo sonoro de la ciudad. Los espacios para caminar libre de ruido son escasos y, en muchas ocasiones, alejados de la vida urbana. Esto, a pesar de que se reconocen los beneficios de los sonidos naturales, aquellos más en calma, de intensidades bajas y de frecuencias armónicas.

El ruido es injusto ya que se vulneran derechos fundamentales para el bienestar humano, como lo son el derecho a la tranquilidad, el derecho al silencio y el derecho al descanso. Bienes escasos en las ciudades mexicanas en donde además, como ya mencionábamos, se están acentuando las inequidades frente a quienes pueden establecerse en zonas aisladas de ruido con muros, jardines o ventanas aislantes, atenuando de manera significativa el ruido, y quienes no pueden darse este lujo y cohabitan avenidas en donde circulan de forma constante automóviles y camiones, y colindan con industrias y bodegas, por mencionar algunos. La exposición al ruido como marca de condición social, una más que se suma a las que definen la situación económica.

La contaminación acústica sigue siendo un problema poco atendido en la ciudad, ligado al desarrollo y al progreso. La Organización Mundial de la Salud (OMS) lo define como un problema de salud pública y estima que el 80 % de las personas que habitamos las ciudades nos encontramos expuestos a niveles muy superiores a los recomendados. El impacto que tiene en la salud es la mayoría de las veces inadvertido, pero acumulativo. Nuestra capacidad de habituación al ruido es muy grande y se considera como un mal inevitable de la ciudad. La OMS ha abordado desde los ochenta el problema del ruido, ha formulado guías y manuales para estudiarlo y ha publicado numerosos estudios de sus efectos sobre la salud, también ha trabajado en medidas de prevención.

La exposición continua a sonidos no deseados –ruido- termina provocando distorsiones en los hábitos estético-sonoros. Al aceptar con naturalidad que éstos nos acompañan durante el día y/o la noche, provoca que nuestro entorno sonoro se vaya contaminando y modificando imperceptiblemente, al punto que dejaremos de oírlos de manera consciente. Ya no resulta importante la calidad del sonido que se perciba y que nos acompaña durante nuestros trayectos por la ciudad, sino que simplemente no se tendrá la capacidad para identificar un sonido que impacta en nuestra salud.

Es muy preocupante la poca importancia que se le ha dado al ruido en nuestro país, las autoridades han hecho caso omiso a pesar de ser uno de los grandes males que afectan a las ciudades. Caminar con sobresaltos acelera el ritmo cardiaco, incrementa el estrés, altera al cuerpo. Pareciera que en términos de políticas públicas el ruido es un mal invisible -como los peatones-, ya que no se reconoce como un problema asociado al derecho a un medio ambiente saludable.

Debemos buscar un equilibrio, ya que toda actividad humana puede ser ruidosa. Todo sonido se puede transformar en uno molesto para quien lo percibe, porque el componente subjetivo está presente en el receptor. Sin embargo, es posible controlar el ruido y contar con estrategias que lo mitiguen, solo se requiere de la voluntad política para hacerlo: espacios libres de ruido, cabinas en donde encontrar algo de calma acústica, limitar el uso del claxon.

Las autoridades interesadas en este tema pueden robustecer las leyes existentes para proteger a la población. También pueden apoyar los proyectos de investigación que difundan sus resultados y doten a la población de la información para la toma de decisiones y para sensibilizarles en este tema. Existen varias medidas simples y de sentido común que pueden ayudar a mitigar el efecto de que el ruido produce sobre los ciudadanos.

* Jimena de Gortari Ludlow (@jimenadegortari) es coordinadora institucional de investigación y académica de arquitectura en la Universidad Iberoamericana (@ArqIBERO). Autora del libro “Guía sonora para una ciudad’ y del ‘Decálogo contra el ruido” en la Ciudad de México.

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